jueves, 4 de junio de 2009

Orquídea


Como nosotros, la "hermana orquidácea" -que podría haber dicho San Francisco- es una criatura reciente, que mantiene relaciones complejas con el entorno, y una prueba fehaciente de que la inteligencia -aún sin conciencia- no es patrimonio de la raza humana, sino que está repartida en todo género viviente.

Las orquidáceas mantienen relaciones complejas con los agentes polinizadores y con hongos de los que se sirven para conseguir sus nutrientes. Pueden sobrevivir entre 20.000 y 30.000 especies silvestres, pero se calculan más de 60.000 las especies híbridas o variedades diseñadas por la horticultura. Sus métodos de reproducción y germinación son tan complicados que requieren la reproducción in vitro, y en laboratorio, siendo casi imposible su cultivo en vivero. Por el número de especies, esta familia es la segunda en importancia de todas las angiospermas. Y algunas orquidáceas no sólo son apreciadas en floristería, sino también en repostería, como la vainilla.

Lo que nosotros adoramos son sus flores de simetría bilateral, diminutas o gigantescas, de todos los colores y manchas. O sea, sus órganos reproductores. Y es que las plantas son más pacientes que los humanos, pero también mucho más desvergonzadas. Las orquídeas son tan jóvenes -y desvergonzadas- que todavía están en proceso de especialización y diferenciación, repartidas por casi todo el mundo, hasta las regiones polares, donde faltan.

La mayor parte de ellas viven en zonas intertropicales y en los trópicos, sobre otras plantas, sobre todo árboles (epífitos), pero en Europa medran más de 200 especies terrestres, con un sistema radical de dos o tres tubérculos que parecen testículos, de ahí el nombre de la familia, pues orchis en griego significa testículo.

Las flores de nuestras orquídeas nacen de la axila de una bráctea carente de rabillo o peciolo y casi siempre en una espiga o inflorescencia que hace de racimo (salvo los "zapatitos de Venus" del Pirineo). Son hermafroditas y poseen tres sépalos generalmente iguales y tres pétalos, uno de ellos formando una especie de labio (labelo) que presenta una gran variedad de formas. No es de extrañar, porque la flor usa este pétalo o labelo como reclamo publicitario para atraer al insecto polinizador, e incluso a aves y ranas.

Antes se pensaba que las orquídeas eran parásitas, como los orobanches y jopos (plantas sin clorofila). Entre nuestras orquídeas hay, en efecto, algunas sin clorofila, pero se alimentan de vegetales muertos (saprófitas): Limodorum abortivum y Neottia nidus-avis.

Las hay que ofrecen recompensas al insecto: el néctar, ese jugo azucarado que almacenan en el espolón. Para obtenerlo, el insecto tiene que introducirse en la flor, con lo que se lleva adherido un pequeño saco lleno de polen (polinio). Al visitar otra flor roza su estigma con el polinio y lo fecunda. Algunas del género Orchis emplean este sistema, pero la mayoría de nuestras orquídeas "simulan" tener néctar. Engañan al insecto con espolones vanos, zonas brillantes del labelo, y desprendiendo un olor dulzón, todo son simulacros y "apariencias" con que engañan al insecto y ahorran néctar. Las hay que simulan tener mucho polen disponible con una gran mancha amarilla en la base del labelo (Cephalantera, Epipactis).

Más sorprendente todavía es el sistema empleado por las Serapias, que facilitan a los insectos (sobre todo abejas solitarias) refugios y dormitorios, formando con sépalos, pétalos y labelo una gruta parecida a la que construyen las hembras de dichos insectos, ofreciendo además calefacción al visitante. Las abejas cambian de flor o dormitorio y así las polinizan.

Muy conocido es el sistema de las Ophrys, que imitan la forma de una hembra de avispa o abejorro, pero además exhalan un aroma similar a la feromona femenina. El macho "cree" que va a encontrarse a una hembra posada sobre una flor y realiza una especie de pseudocopulación que asegura la polinización de las orquídeas. En las sierras de Jaén, se ha demostrado que estas plantas consiguen fecundarse así porque los machos de las abejas comienzan a volar unos días antes de que lo hagan las hembras, coincidiendo esos días con la floración de las plantas (unos ocho días), pero una vez que las hembras comienzan a volar, los machos casi no visitan ya las flores. Esta coordinación es exacta, pero no sabemos cómo funciona el reloj interno de las flores para que coincida año tras año con los primeros vuelos de los abejorros.

Por último, hay orquídeas que se polinizan a sí mismas (autogamia) cuando, por circunstancias climatológicas, no llegan a salir a la superficie y se desarrollan completamente dentro del suelo.

Nuestras orquídeas producen miles de diminutas semillas que pueden llegar a ser esparcidas por el viento a cientos de kilómetros. Para que se desarrollen es necesaria la colaboración de un hongo, pues carecen casi por completo de sustancias nutricias de reserva. Las semillas son "atacadas" por ciertos hongos microscópicos que viven en el suelo, las hifas del hongo rodean la semilla y devoran su primera capa de células (hidratos y proteínas), pero cuando se disponen a entrar en la segunda capa, la semilla "despierta" y aprovecha para usar esas hifas como raíces a través de las cuales absorbe del suelo las sustancias que necesita para su germinación y crecimiento (sales minerales, azúcares, etc.). No se trata de un parasitismo ni de una simbiosis, sino de un equilibrio de fuerzas en lucha, que beneficia a ambos, hongo y orquídea. Un equilibrio dinámica que hubiera hecho las delicias de Heráclito de Éfeso.

Esta relación entre hongo y planta se mantiene en todas las orquidáceas, a través de sus raíces y durante toda la vida de la planta. A veces, el hongo destruye completamente las semillas y otras, al destruirse el hongo, muere la planta. Por eso es tan difícil o imposible el cultivo de orquídeas en maceta o en jardín.

Los tubérculos de nuestras orquídeas viven bajo tierra varios años sin producir ni hojas ni flores. Pueden pasar más de 5 años sin que se desarrolle el espigón floral, pero una vez florecidas suelen vivir bastantes años. Son veceras, si el tiempo es favorable suelen florecer un año sí otro no. Es increíble que, de algún modo, puedan prever la sequedad o humedad del invierno. Comienzan su desarrollo en septiembre u octubre, para sacar las hojas durante los últimos meses del invierno o primeros de la primavera, pero si el invierno va a ser seco las orquidáceas europeas permanecen a la espera (¡la paciencia de las plantas!) y no se desarrollan.

Bibliografía

Alfredo Benavente Navarro. Orquidáceas del Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y las Villas. Linares, 1999.
Damián Casado Ponce y Carlos Fernández López. Flora de Jaén (Guía de campo...), Jaén, 2006.

Origen evolutivo y Mitos sobre las orquídeas

Véase Epifitarium de Sant Joan d'Alacant:  Orquídeas: Historia

http://www.santjoandalacant.es/epifitarium/ORQUID-3.HTM

3 comentarios:

Ana A dijo...

qué listas las orquídeas y qué complicado es vivir y mantenerse siempre ahí, lo digo por las estrategias de supervivencia de la orquídea en relación con otras especies. No sabía lo del hongo y la orquídea...

Unknown dijo...

Interesante. Gracias

Unknown dijo...

Interesante. Gracias